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Ananías, Azarías y Misael |
En el libro de Daniel, en el Antiguo Testamento, encontramos la historia de Abdenago, Misach y Sidrach, llamados también Ananías, Azarías y Misael. Son tres jóvenes judíos, que formaban parte de los exiliados en Babilonia, y desafiaron la orden del rey Nabucodonosor II de Babilonia. Este quería que se inclinaran y adoraran un ídolo de oro que había mandado construir.
El rey Nabucodonosor, furioso al ver que era desobedecido, ordenó que los muchachos fueran arrojados a un horno. En el horno cantaron "Bendecid al Señor".
El rey contempló en el horno a los tres jóvenes que no eran quemados por las llamas, y una cuarta figura, un ángel o espíritu divino. Espantado el monarca, ordenó que salieran del horno, y decretó que cualquiera que dijere blasfemia contra el Dios de los judíos, fuera descuartizado y su casa convertida en muladar, pues vio que no hay dios que pueda salvar como este Dios.
Todo lo que se sabe de estos personajes bíblicos aparece en el libro de Daniel.
El cántico de Ananías, Azarías y Misael, dice así:
"Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor; cielos, bendecid al Señor. Aguas del espacio, bendecid al Señor; ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor; astros del cielo, bendecid al Señor. Lluvia y rocío, bendecid al Señor; vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor; fríos y heladas, bendecid al Señor. Rocíos y nevadas, bendecid al Señor; témpanos y hielos, bendecid al Señor (...)
Es un cántico precioso que se recita a menudo en la Liturgia de las Horas.
Sus supuestas reliquias se encuentran en la abadía de Montevirgine en Italia.
Veamos la fidelidad de estos jóvenes. Están dispuestos a dar la vida, antes que renegar de su fe. Seamos también firmes en nuestra fe.
San Juan Pablo II, reflexionando sobre este Cántico de los 3 jóvenes, comenta:
"En medio de la condena recibida por manos del rey, los tres no dudan en cantar, en alegrarse, en alabar... Las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza... Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor. (...) El himno describe una especie de procesión cósmica, en el que todas las criaturas bendicen al Señor. El hombre debe añadir a este concierto de alabanza su voz alegre y confiada, acompañada de una vida coherente y fiel".
En esta vigilia al Domingo Gaudete, ya muy cercana la Navidad, alegrémonos con los tres jóvenes; alabemos al Señor porque hace cosas grandes, démosle gracias, no nos cansemos nunca de agradecer y de bendecir. El Señor ha sido grande con nosotros y estamos alegres.
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San Juan Pablo II |
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