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San Aniceto |
San Aniceto, que celebramos hoy sábado 20 de abril, nació en Emesa, en Siria, alrededor del año 98. Fue el undécimo papa de la Iglesia católica, desde los años 155 al año 166, entre san Pío I y san Sotero. Su nombre tiene origen griego, y significa "el invencible", o "hombre de gran fuerza".
En los tiempos en qué vivió el santo, en el siglo II, los Papas solían ser provenientes de familias humildes del pueblo. El hecho de ser elegido para este servicio era elección para el martirio. Hasta el siglo IV, todos los Papas dieron su vida por la fe.
El cuidado o servicio a los hermanos tenía que ser intenso, sacrificado, valiente, generoso y muy exigente, pero lleno de bondad. Los discípulos de Jesús, que aumentaban cada día, llevaban una vida precaria, aún en los períodos de paz. La muerte para el cristiano podía estar detrás de cualquier acusación o acontecimiento.
También debía esforzarse en llevar a los paganos a la fe, porque el Reino era también para ellos. Fue preciso contrarrestar a los pensantes paganos, que ridiculizaban el espíritu y la vida de los cristianos.
En los inicios de su pontificado, recibió en Roma a Policarpo de Esmirna, obispo de Esmirna, que había sido discípulo de Juan Evangelista, el apóstol, y maestro de Ireneo de Lyon. El objetivo de esta visita era, que con sus ochenta y cinco años quería establecer la fecha de la celebración de la PASCUA, la principal de las fiestas cristianas.
Policarpo, y la Iglesia oriental en su conjunto, entendía que la celebración debía realizarse el día 14 del mes de Nisán, independientemente del día de la semana que cayera. Esta postura, que seguía la tradición de san Juan, suponía celebrar la PASCUA DE RESURRECCIÓN el mismo día que los judíos, y no era considerada correcta por el papa Aniceto, pues entendía que la Pascua debía celebrarse el domingo siguiente al día 14 de Nisán, según la tradición de san Pedro, y la muerte del Señor el viernes anterior.
Según el relato que san Ireneo de Lyon hace de esta visita, parece ser que Aniceto no pudo convencer a san Policarpo, puesto que este basó su postura en que "Juan y los demás apóstoles con quienes él había vivido" celebraban la Pascua en dicho modo. A pesar de las diferencias entre ambos, no hubo ruptura y el Papa Aniceto permitió al santo seguir celebrando la Pascua según la tradición oriental. Se despidieron Policarpo y Aniceto en comunión, sin romper la unidad ni quebrantar la caridad. Son todo un ejemplo.
Esta cuestión, la de la Pascua, tardó en resolverse. Fue en el concilio de Nicea, en el año 325. En una carta a la iglesia de Alejandría se dice:
"(...) Os enviamos las buenas nuevas del arreglo concerniente a la santa Pascua, es decir, que en respuesta a vuestras oraciones esta pregunta también ha sido resuelta. Todos los hermanos del Oriente que han seguido hasta ahora la práctica judía, observarán desde ahora la costumbre de los romanos y de vosotros mismos y de todos los que desde la antigüedad hemos celebrado la Pascua con vosotros".
Aniceto trabó amistad con san Justino, junto a quien falleció en el año 166, tras sufrir el martirio, durante las persecuciones del emperador Marco Aurelio. Parece ser que fue enterrado en el cementerio de san Calixto.
Es hermoso ver cómo son los santos. Policarpo, anciano, va a consultar al Papa Aniceto; pero le expone su punto de vista y su convencimiento de que está en lo correcto. Aniceto cree que no, pero respeta su opinión y le permite seguir con lo acostumbrado, puesto que Policarpo se basa en la tradición que ha recibido de Juan, y no se convence que no esté en lo cierto.
Pueden haber distintos puntos de vista, cuando no son cosas esenciales, y lo importante es que prevalezca la unidad y la comunión. Así actuaron Aniceto y Policarpo. Tardaron más de 150 años en resolverse la cuestión. Fue en un concilio, el concilio de Nicea, en Constantinopla, en qué se dispuso que la fiesta de la Pascua fuera siempre en domingo, y siguieran todos la tradición de san Pedro.
Cuando vemos tantas discusiones y enfrentamientos, miremos a Aniceto. Veamos su prudencia, su respeto. Sabe dialogar sin imponer. Que nuestro modo de actuar sea así, respetuoso, amable, y buscando siempre el bien de los que nos rodean. Para ello, qué importante es cultivar nuestro diálogo íntimo con el Señor en la oración. Él nos comunicará su Espíritu, y nos inspirará las palabras y los gestos adecuados a cada momento.
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Catacumbas de san Calixto, en Roma. |
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